El
término "falso positivo" es definido por Wikipedia como: 1. el “(…) error que se comete cuando el investigador
rechaza la hipótesis
nula siendo ésta verdadera” (Estadística); 2. “(…)
error por el cual un software de antivirus informa que un archivo o área de sistema está infectada,
cuando en realidad el objeto está limpio de virus”. (Informática). 3. “(…) error por
el cual al realizar una prueba complementaria (un análisis de sangre,
etc) su resultado indica una enfermedad, cuando en realidad no la hay”. (Medicina) y una cuarta definición relacionada con el
conflicto que viven nuestros hermanos colombianos y que preferimos no
transcribir. Nuestros respetos al noble pueblo neogranadino.
Como vemos, la expresión "falso positivo" denota
que un procedimiento destinado a investigar una situación particular, produce
un primer resultado que nadie desea; parece confirmar la existencia de un daño
sospechado. Es como si le preguntásemos a alguien: ¿esto tiene arreglo? y quien
revisa “esto” nos respondiera: “positivo”, es decir, “sí, esto no tiene
arreglo”. Pero luego de nuevos análisis, se determina que aquel resultado
inicial no era cierto, que el daño no era tal, que el “positivo” que
dictaminaba un defecto, resultó infundado. Entonces celebramos el error, porque, si
el veredicto inicial indicaba que la cosa “no tiene arreglo” mejor que termine siendo el producto de una equivocación. Así
ocurre en los ámbitos de la medicina y de la informática, donde el asunto se reduce a que la enfermedad no existe; que nuestros archivos están
a salvo en el ordenador.
Estoy convencido de que en la lengua ocurre un fenómeno
parecido con innumerables voces y frases que en algún momento podemos
considerar como un error, a tal punto de que si alguien nos preguntara: ¿esta
palabra está mal escrita? responderíamos: “positivo”, es decir, “sí, está mal
escrita” Pero luego descubrimos la cruda realidad de que nos equivocamos, de
que nuestro dictamen fue incorrecto y entonces solo nos queda asumir nuestra
falla y pasar la página (además de revisar las que tenemos listas para ser publicadas).
Algunos de esos falsos positivos parecen eternos, como el trilladísimo: “no se
dice ‘vaso de agua’ se dice ‘vaso con agua’ porque los vasos son ‘de plástico,
(vidrio, cerámica, aluminio, acero, cartón, etcétera) no de agua”. Pregunto:
¿según ese argumento, cómo debemos decir las expresiones: puente de guerra,
hospital de niños, plato de sopa, copa de vino, cartón de leche, ropa de
invierno, olla de presión, casa de reposo, cocina de gas, reloj de pared,
fiesta de cumpleaños, bolsa de regalo, y muchas más?
Si tuviese que clasificar los falsos positivos del español,
diría que, desde el punto de vista del sujeto, existen dos: los falsos
positivos del hablante y los falsos positivos del oyente. En el primer caso,
hablamos de defectos de ortografía, semántica y sintaxis, que cada uno cree
identificar y que procura no “cometer”, hasta el ¿des?afortunado día en que
descubrimos el detallito de que hemos estado equivocándonos durante los últimos
¡40 años! En segundo lugar, me refiero a la fonética, que puede hacernos percibir
sonidos que el hablante no dijo, pero que sí dijo. Me explico: Nuestro
interlocutor pronuncia perfectamente bien las palabras, pero la natural fluidez
con que las pronuncia puede producir distorsiones que nos confunden al oírlas y
nos hace interpretarlas de manera diferente a la idea emitida por el hablante: ¿dijo
“la menta” o dijo que lo lamenta?; ¿las selecciones o las elecciones?; y así sucede
con otras combinaciones como: sumisión (su misión), la adicción (la dicción),
gran desventaja (grandes ventajas), condones (con dones), etcétera.
Enumerar una lista de lo que consideramos “falsos positivos” no
resultará práctico y seguramente incluiríamos voces o frases que sí son errores
y por lo tanto no son falsos positivos. Lo importante es entender que no siempre
podemos confiar en nuestro criterio. Celebremos el creciente interés general por
mejorar el uso del lenguaje, pero seamos concientes de que en ocasiones damos
por sentado que tal o cual palabra o frase es como creemos que se escribe o se dice,
sin haber investigado, sin tener un fundamento técnico. En otros casos oímos
que alguien comete un gazapo y nos autoproclamamos como la autoridad llamada a crucificar
al infortunado que cayó en las profundidades de la ignominiosa falta.
Seguramente no querremos trato semejante si somos (cuando seamos) el “perpetrador”.
Les confieso que para decir o escribir el verbo "expandir" debo
pensarlo bien, relacionarlo con la conjugación del verbo "partir". Por alguna
razón, cuando necesito emplearlo en infinitivo, mi cerebro escribe en una
pantalla virtual la palabra “expander” con una “e” en negritas y subrayada. Es
como si la “i” no existiera. Casi oigo in crescendo la voz de mi maestra de
primer grado que dice: “recuerda que las vocales son cuatro y sólo cuatro: a, e,
o, u”. Otro tanto me ocurre con el verbo "colidir". No sé cuándo emplear “colide”
y cuándo “colida”. Ignoro la causa de esta amnesia tan selectiva, específica y extrañamente incorregible. Simplemente esas palabras no están en mi
código genético. No las proceso y debo consultarlas en un diccionario, en el DRAE o
en Wikipedia cada vez que tengo que usarlas. Por suerte ahora me ayudo con el
corrector automático de Word cuando
uso “expandir” y para muchas otras dudas, pero en el segundo caso esa
herramienta no es útil porque colide y colida son correctas. Yo imagino (quiero
imaginar) que a todos nos pasa algo similar con alguna palabra, o con dos, para
no quedar en “grandes ventajas” (entiéndase gran desventaja) con respecto al
resto de mis congéneres.
Volviendo al asunto que nos ocupa, podemos afirmar que el
habla contribuye de manera determinante con la generación de "falsospositivos” (creo
que inevitablemente el término devendrá en "falsopositivo") porque 1. Permanentemente
generamos nuevos vocablos y 2. Le asignamos nuevas acepciones a las palabras
conocidas, proceso que en muchos casos termina liquidando su significado original
hasta el punto de asignarle un sentido totalmente opuesto. Fíjese en la voz “prodigalidad”,
que significa derroche, despilfarro, sin embargo pocos le atribuyen esas acepciones. El tiempo y la tradición, le agregaron
significados distintos: abundancia y generosidad, con los que casi todos la relacionan.
Igual ocurre con otras voces, como la injustamente vituperada “discriminación”
que nos indica: distinción, separación, clasificación; o la
utópica “igualdad” que nos empeñamos en alcanzar. ¡Qué aburrido sería un mundo
en el que todos fuésemos iguales! que no es lo mismo que tener “iguales”
derechos a pesar de nuestras bienvenidas y apreciadas diferencias. Lo propio
ocurre con la voz “mandatario” que increíblemente hoy parece significar “jefe” cuando
sabemos que ese no es su único significado; o el popular uso de la voz “bizarro” que
empleamos para referirnos a algo extravagante, estrafalario, raro, sórdido, a
pesar de que esa voz no significa nada de eso, sino valiente, generoso,
espléndido (DRAE). Esos ejemplos y muchos más que usted podrá agregar, propician
que los incluyamos en la categoría de “falsopositivos” cuando los percibimos
con sus acepciones menos conocidas. Algo así como un “falso-falsopositivo” o
sea que parece, pero que no es. Tanto enredo lo evitamos consultando nuestros mejores
aliados: los diccionarios.
Óscar Manuel Romero.
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