![]() |
Conferencia "Igualdad y transversalización" en el Centro Integrador Comunitario, Barrio I.A.P.I. Buenos Aires, Argentina |
Generalmente estos oradores discurren ante un auditorio numeroso gracias a las entradas agotadas debido a una excelente estrategia de publicidad; disponen de
un espacio adecuado, dotado con aire acondicionado y el mobiliario necesario: podio,
asientos confortables para el público, mesas para los refrigerios, si los hay, y
con los recursos tecnológicos que facilitarán su tarea: equipo de sonido,
micrófono, proyectores de diapositivas y vídeos, computadoras, etcétera, todo
lo cual representa un conjunto de condiciones ideales con las que todos
quisiéramos contar para expresarnos ante un grupo de personas.
Pero el hecho es que para compartir nuestras ideas o difundir un mensaje
se necesitan únicamente tres elementos (los mimos que para el teatro): un
mensaje o discurso (texto, en el caso del teatro); un orador (actor) y el público. Ninguno
más importante que el otro, pero sin duda, el público es prácticamente lo único
que no podemos determinar según nuestra sacrosanta voluntad, porque el mensaje
podemos crearlo con nuestro mejor esfuerzo y cariño, el lugar puede ser
cualquiera, por muy humilde que parezca, pero el público estará ahí sólo
si existe un mensaje atractivo y expresado de manera clara e interesante.
Un docente, un sacerdote, el líder de una comunidad popular, por mencionar
algunos ejemplos, se desenvuelven en actividades que requieren el uso de la
palabra bien dicha, de un mensaje organizado, de la intención de
influir en el ánimo de quienes les oyen, aunque ello no ocurra en aquellas
condiciones que mencionamos al principio de este artículo. Sin embargo podemos
asegurar que son tan oradores como el que más. Lo verdaderamente importante es
que los elementos esenciales estén
presentes. Si no es así, de nada servirán los micrófonos, el podio, las luces,
las butacas vacías... aunque allí este el orador con el mensaje más sublime jamás
concebido. Sin público no hay discurso que valga; sin el mensaje el público
terminará abandonando el recito por muy confortable que sea, y el orador nada
podrá hacer; y si tenemos el público en un recinto propicio para la ocasión
pero no hay orador, tampoco habrá actividad alguna, como no sea la justificada
protesta de los presentes en el momento en que abandonan el lugar.
Es así como podemos afirmar que “los oradores” no son sólo aquellos que
dedican su vida a deleitar a otros con discursos motivadores y con todos los
recursos que tienen a su servicio. Cumplen, sí, una actividad profesional enmarcada
en objetivos y estilos muy específicos. Son profesionales exitosos que pretenden
ayudar a otros a ser exitosos también o a lograr metas y objetivos; dedican muchas
horas a prepararse lo mejor que pueden para lograr altos niveles de calidad, pero
no son “los oradores” como si de un grupo selecto se tratara. Son oradores,
como el sacerdote, el docente o el líder del barrio, quienes también tienen un mensaje y un
público dispuesto a escucharlos.
Óscar Manuel Romero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario