viernes, 25 de mayo de 2012

Las cosas por su nombre

Los extremos no son buenos. Esa es una idea que (casi) todos entendemos; así como el hecho de que eso es válido en todos los ámbitos, incluido el de la comunicación verbal, donde “hablar mal” y su contraparte “creer que hablamos bien” se disputan la supremacía de ser el peor de los extremos, categoría que, en nuestra opinión, corresponde al segundo porque “hablar mal” al menos parece espontáneo, fluido, natural y generalmente ocurre en grupos que usan un código más o menos uniforme. Pero el otro extremo, ese de pretender hablar ‘fino’ resulta insoportable por artificial y acartonado. Ambos extremos tienen en común que los tocamos con cierta frecuencia y sin saberlo, que es peor aun.


Una manifestación del extremo de creer que hablamos bien es el asombro que nos produce una palabra o frase que consideramos un error, cuando en realidad no lo es –¡que pena!– como está ocurriendo últimamente con una serie interminable de eufemismos que se han puesto de moda y que generan las más extrañas reacciones.

Antes de mencionar algunos ejemplos, repasemos qué es un eufemismo: aquello que es, pero que no queremos decir, vaya usted a saber por qué. Definición muy mía. Mejor veamos qué dice el DRAE: “Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. Por su parte el DPD indica que “Un eufemismo es una palabra o expresión políticamente aceptable o menos ofensiva que sustituye a otra palabra de mal gusto o tabú, que puede ofender o sugerir algo no placentero o peyorativo al oyente”. Luego cita como ejemplo la palabra ‘diablo’ que pretendemos sustituir con ‘diantres’, lo que termina siendo un total engaño porque sabemos perfectamente lo que significa.

Ahora prestemos atención al objetivo del eufemismo: sustituir una expresión “dura o malsonante”, según el DRAE o “de mal gusto o tabú” según el DPD. Este agrega que (…) “A menudo el propio eufemismo pasa a ser considerado vulgar con el tiempo para ser sustituido de nuevo. Cabe indicar que el eufemismo no siempre remplaza palabras de la jerga en un idioma, sino que muchas veces sustituye palabras aceptadas en el uso normal pero que por alguna razón se consideran tabúes”.

Esta segunda parte es la que nos hace caer en el extremo que mencionamos al inicio: el de creer que hablamos bien cuando no es así. El DPD menciona dos aspectos que lo explican: a) que el propio eufemismo es sustituido por otro y b) que muchas veces sustituye palabras aceptadas, que por alguna razón pasa a ser tabú –o desagradable, agrego yo–. ¿Por qué ca…rrizo una persona se asombra o nos mira con cara de asco número 4 si decimos “aguas negras” en lugar de “aguas servidas”? ¿puede alguien explicarme por qué eso es ofensivo o mal sonante? y ¿a quién ofende?

En mi niñez –hace casi medio siglo– una persona que tuviese más de 70 años era llamada ‘viejo’, en el lenguaje coloquial, pero esa palabra resultaba altisonante en el lenguaje formal, que la sustituía por ‘anciano’. Luego este término dejó de ser un eufemismo “por alguna razón”, como dice el DPD y pasó de ser una palabra ‘suave’ o ‘decorosa’ a una especie de irrespeto hacia nuestros abuelos, y entonces hubo que establecer un nuevo eufemismo: ‘mayor’. Ahora los viejitos (altisonante), que llamábamos ‘ancianos’ (eufemismo que se convirtió en altisonante) pasaban a ser ‘mayores’, término que, como imaginará, corrió la misma suerte de ‘anciano’ para convertirse en un decoroso ‘miembro de la tercera edad’. Y así ha venido sucediendo sistemáticamente en un interminable ciclo que nos impide imaginarnos si seremos “adultos mayores”, integrantes de la “juventud prolongada” o “genéticamente compatibles” que, en virtud de la dinámica eufemística, es como imaginamos que finalmente seremos llamados para expresar lo que todos sabemos: que algún día seremos unos auténticos viejos, quiera Dios que sólo físicamente, con mucha lucidez y salud y rodeados de nuestros seres queridos, todo lo cual será una verdadera bendición que debemos agradecer infinitamente al Creador, con el respeto que merecen quienes discrepan de la idea de su existencia. 

Óscar Manuel Romero.

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