viernes, 13 de julio de 2012

Manifiesto del español puro

Custodio Castellano era un hombre de setenta y algo, apacible, de poco hablar. Leía mucho y no era para menos; como Jefe del Departamento de Corrección de la editorial más importante del país estaba obligado a leer muchísimo, algo que no le causaba el más mínimo enojo. “Haz lo que te gusta y jamás tendrás que trabajar” se leía en un pequeño afiche colgado en la pared de su oficina atestada de carpetas, escritos apilados en hojas sueltas y libros de todos los tamaños y colores. Era su filosofía desde niño y jamás, desde que la adoptó como forma de vida, la abandonó. Dos décadas conduciendo un programa de TV dirigido a los niños lo habían convertido en una celebridad. Por ahí desfilaron los más connotados especialistas del español explicando de mil maneras cómo emplear mejor nuestra lengua, las reglas de ortografía, las actualizaciones de la RAE, etcétera, todo presentado de una manera tan atractiva y amena, que los niveles de sintonía de “La Lengua TV” eran cada vez más altos.


Luego de cada programa Custodio volvía a ser el hombre callado de siempre. La fama no fue un propósito en su vida, aunque no tuvo alternativa y ya se había acostumbrado a ella. Pero desde hacía tres meses estaba cada vez más preocupado. Un conocido activista del “purismo español” –como se autodenominaba– insistía en llamarlo, en enviarle mensajes al teléfono móvil o al correo electrónico, o en dejarle recados con su asistente en la editorial… –qué perseverancia la de este hombre! decía casi a gritos cada vez que Armando Guerra así se llamaba el fulano intentaba hablar con él.

–Pase la llamada –Le dijo Custodio a Consuelo, su secretaria–. Una vez más Armando había llamado a su oficina. El profesor consideró que era mejor poner fin a la tortura. Durante tres meses pudo evadirlo, pero el hombre nunca cejó en su objetivo de recibir el respaldo que necesitaba para “el manifiesto” que tenía redactado y listo para su publicación. Faltaba una sola cosa: el visto bueno de Custodio Castellano. –Es perfecto. –Se decía una y otra vez–. “El manifiesto” era una declaración que Armando Guerra había redactado para A.S.E.O. (Asociación de Seguidores del Español Original) una agrupación que tenía algunas decenas de seguidores, de la cual Armando era el Presidente-fundador-director general, como solía destacar cuando aparecía en algún medio de comunicación, lo que no ocurría con frecuencia.

–Aló. ¿profesor Castellano?
–Sí. Soy yo. Dígame, ¿en qué puedo servirle?
–¡Por fin puedo hablar con usted! ¿Podemos vernos personalmente? Lo esperaría en el bar que está al lado del garaje, frente al restorán El Espagueti Dorado ¿le parece?
–Bien. –¿Cómo lo identifico?
–Soy pequeño, más bien rechoncho, de bigote muy poblado, tengo una toalla roja alrededor del cuello y llevo puesta una braga beige.
–Es cerca. Espéreme ahí. Llegaré en cinco minutos.
Consuelo, la eficiente y fiel secretaria no podía creer lo que acababa de oír. Él, Custodio Castellano, quien había jurado que jamás se reuniría con Armando Guerra, sucumbió a la persecución del activista del “purismo español”. –No te preocupes Consuelo, es mejor resolver esta situación. Lo pondré en su sitio. ¡ya verás!

No había mucha gente en el bar. En una mesa cercana a la puerta estaba aquel hombre con una carpeta aparentemente vacía. Distinguirlo no fue difícil. ¿A quién más se le ocurriría andar por ahí con una toalla roja alrededor del cuello?
–Hola. ¿Armando Guerra?
–¡Profesor! ¡Qué gusto conocerlo! Por favor, siéntese. Gracias por venir. No se imagina cómo había esperado este momento. Usted debe haber escuchado de mí. Soy el Presidente-fundador-director general de la Asociación de Seguidores del Español Original… –Aquel personaje no dejaba de hablar.

–Este manifiesto será firmado por todos los que deseen formar parte de A.S.E.O. Es una especie de juramento escrito en perfecto español, no tiene ni un solo extranjerismo, ningún arcaísmo, no verá usted neologismos. Es la más pura y genuina manifestación del verdadero español, original, inmaculado, prístino. Pero como usted es un verdadero especialista y yo no soy tan perfecto, con humildad debo reconocerlo, le pido que lo revise, no sea que haya alguna palabra ajena al español genuino. Yo soy incapaz de pronunciar o escribir nada que no venga del español puro… ¡Dios me libre! Pero si por alguna razón hubiere incluido alguna voz que no tenga su origen en nuestra amada lengua, por favor, suprímala e indíqueme el origen, solo para mi información, yo la sustituiré. Ni siquiera tiene que corregirlo profesor. ¿Cómo le parece?

Antes de que Custodio pudiera contestar Armando ya había extendido la carpeta frente a él. Solo había una hoja sujeta con un pequeño clip. Tendría como máximo cinco líneas y abajo, en el centro, la firma de “Armando Guerra Veloz, Presidente Fundador Director General A.S.E.O.” La última línea decía: “Con el Visto Bueno del reconocido, insigne y muy apreciado Prof. Custodio Castellano” y un espacio para la firma.

–Bien. –Le dijo sin quitar la vista de la hoja–. –Pero con una condición: no firmaré el manifiesto. Sólo suprimiré cualquier palabra que no sea español genuino y la sustituiré por el adjetivo que indique su origen, entre paréntesis. Usted lo publicará junto al manifiesto sin alterar nada. Obviamente podrá colocar que yo revisé el documento y que tiene mi visto bueno, pero solo si cumple con esta condición. Yo le garantizo que reconoceré ante cualquier medio de comunicación que lo revisé y que lo apruebo.

–¡Perfecto profesor! ¡Tenemos que celebrar! ¿gusta un café? ¿un jugo de naranja con zanahoria? ¿té con limón, acaso?
–No gracias. –Logró balbucear–.
–Mesero, por favor, tráiganos algo de beber. Yo quiero un chocolate caliente. Y para el profesor… ¿qué desea profe?
–Un café expreso, gracias. Se vio obligado a decir el profesor. Total, un café siempre cae bien.

Consuelo casi se desmaya cuando el profesor le relató lo acontecido en aquel bar. –¡Pe… pero… usted siempre ha dicho que ese hombre es un loco, que el español puro no existe! Que no hay ninguna lengua pura. ¿Porqué accedió profesor?
–Ja ja ja. Entiendo tu angustia Consuelo. No te preocupes. Confía en mí. –Se sentó en su escritorio y comenzó a leer aquel manifiesto una vez más (ya lo había leído en el bar, cuando Armando le mostró la carpeta).

Manifiesto del Español Puro

Yo, __________________________________ orgulloso del origen de mi amada lengua española, manifiesto que soy su más fiel soldado y guardián, y que la defenderé de cualquier complot que pretenda estropearla. Manifiesto que seré parte de los escuadrones que marcharán alerta a enarbolar la bandera del purismo de nuestra lengua y desde nuestra atalaya velaremos porque no se altere el curso de la historia y no se ataque nunca más nuestro amado idioma.
Cual jinete con la guadaña en la mano seré un verdadero líder y jamás abandonaré está guerra que ufano he de librar.”

Armando Guerra Veloz
Presidente Fundador Director General A.S.E.O.

Con el Visto Bueno del reconocido, insigne y muy apreciado:

Prof. Custodio Castellano.”

Al día siguiente el profesor Custodio Castellano le entregó la revisión al señor Armando Guerrero para que la publicara junto al manifiesto corregido. Decía así:

Manifiesto del Español Puro
Revisado por Custodio Castellano

“Yo _________________________________ (germano) del origen de mi amada lengua española, manifiesto que soy su más (latín) (italiano) y (germano), y que la (latín) de cualquier (francés) que pretenda (italiano). Manifiesto que seré parte de los (italiano) que (italiano) (italiano) a enarbolar la (germano) del purismo de nuestra lengua y desde nuestra (árabe) velaremos porque no se altere el (inglés) de la historia y no se (italiano) nunca más a nuestro amado idioma.
Cual (árabe) con la (germano) en la mano seré un verdadero (inglés) y jamás abandonaré está (germano) que (germano) he de librar.”

P.D. Cuando me llamó me pidió que nos viéramos en el (inglés) que está al lado del (inglés) frente al (francés) El (italiano) Dorado y que usted tenía un (germano) muy poblado, que llevaba una (árabe) roja alrededor del cuello y que vestía una (germano) (germano).
Luego me invitó un (árabe), un jugo de (árabe) con (árabe), ¿un (chino) con (árabe) acaso? Finalmente usted pidió un (náhuatl) caliente y yo un (árabe) (latín) que siempre cae bien…

Su servidor,
Custodio Castellano.

De Armando Guerra Veloz no volvió a saberse nada nunca más. Nadie volvió a verlo ni a escuchar algo relacionado con la Asociación de Seguidores del Español Original. Jamás volvió a llamar al profesor Custodio Castellano. De vez en cuando pasa por la orilla de la playa un señor, pequeño, más bien rechoncho, con una braga gris y una raída toalla marrón, tal vez roja… solo repite una y otra vez: “germano, italiano, inglés; árabe, italiano o francés… dime: ¿de dónde mi lengua es?”.

Óscar Manuel Romero.

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