viernes, 23 de noviembre de 2012

El género (I)

Solemos creer que la “a” y la “o” son la clave para distinguir lo femenino de lo masculino, respectivamente. De allí la inagotable diatriba entre quienes pregonan el sexismo lingüístico y quienes consideramos que tal cosa no existe. Como veremos en el siguiente extracto del libro “Gramática de la lengua española” de Emilio Alarcos Llorach, lo femenino y lo masculino tienen diversas maneras de manifestarse en la lengua.



“Todo sustantivo comporta un morfema de género. Por tradición, distinguimos el masculino y el femenino. El significado léxico del sustantivo exige uno de los dos géneros, y, así, salvo en algún caso, el sustantivo es inmóvil en cuanto al género: o es masculino o es femenino.

Mayoritariamente, la distinción entre masculino y femenino se reconoce en el significante por la oposición fonética de /o/ final y /a/ final (como en gato / gata, jarro / jarra, muro / casa) o de la ausencia y la presencia de /a/ final (como en león / leona, autor / autora). Sin embargo, no puede afirmarse que esas expresiones vocálicas estén forzosamente asociadas con un género determinado. Así, a pesar de la /o/ final, en mano, radio, dinamo, moto, foto, nao, hay género femenino, y, pese a la /a/ final, en día, clima, mapa, fantasma, poeta, fonema, programa, existe masculino.

Otras veces, el femenino se manifiesta incrementando o modificando la secuencia fónica del significante asociado con masculino. Así, en rey / reina, príncipe / princesa, abad / abadesa, poeta / poetisa, actor / actriz, emperador / emperatriz; o, mediante cambios más radicales, en padre / madre, yerno / nuera, caballo / yegua, toro / vaca, carnero / oveja.

Con mucha frecuencia la discriminación entre los géneros solo se produce gracias a las variaciones propias del artículo” (…) “Así sucede en los sustantivos llamados «comunes»: el artista / la artista, el suicida / la suicida, el testigo / la testigo, el mártir / la mártir.

El mismo recurso al artículo permite reconocer el género de la gran mayoría de los sustantivos cuyo significante no acaba ni en /o/ ni en /a/: el árbol / la cárcel, el oasis / la crisis, el coche / la noche, el bien / la sien, el espíritu / la tribu, el mal / la sal, el tazón / la sazón, el cariz / la nariz, etc.
Por tanto, el sustantivo solo manifiesta explícitamente el género que comporta cuando está acompañado del artículo. De lo contrario, las señales que permiten la adscripción de uno u otro género a un sustantivo consisten en hechos sintácticos como la concordancia: por ejemplo, en muro blanco y en pared blanca, son las variaciones del adjetivo las que permiten asignar masculino a muro y femenino a pared; o en el agua no la ha probado, es la forma la femenina la que adscribe ese género al sustantivo agua.

Las etiquetas usadas para designar a los dos géneros, masculino y femenino, pueden sugerir que el significado de este accidente gramatical se corresponde con las diferencias sexuales de los entes de la realidad a que se refieren los sustantivos. Ello es cierto algunas veces, según se aprecia en las parejas padre / madre, gato / gata, rey / reina, león / leona, etc. Pero no siempre el sexo determina diferencias de género. Así, entre los llamados sustantivos epicenos, de una parte la hormiga, la liebre, la pulga son femeninos, y de otra, el mosquito, el vencejo, el ruiseñor son masculinos, aunque entre esas especies haya machos y hembras; o la criatura, la persona, la víctima son femeninos, aunque pueden designar seres de ambos sexos, y hasta el caracol es masculino aunque muchos gasterópodos sean hermafroditas.

La diferencia de sexo, sin embargo, en los sustantivos referentes a personas, ha inducido, e induce, a crear formas distintas de masculino y femenino: de huésped, patrón, oficial, jefe, monje, sirviente, ministro, asistente, juez, etc., se han derivado los femeninos huéspeda, patrona, oficiala, jefa, monja, sirvienta, ministra, asistenta, jueza, etc. Es más raro que de un femenino se haya desgajado un masculino: de viuda, viudo; de modista, modisto.”

Continuará…

Tomado del libro “Gramática de la lengua española” de Emilio Alarcos Llorach. Espasa, 1999 Pp. 60-61


Óscar Manuel Romero.

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